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La conquista de tener con quien llorar

Hubo una época (varias vidas atrás, me gusta decir) en que quise estudiar cine. Fue la misma etapa en la que era socia del Cine Arte de Viña del Mar -mi ciudad natal- y asistía a varias funciones durante la semana. El lugar estaba congelado en el tiempo y aún había acomodadores que te guiaban con una linterna a tu asiento cuando, en realidad, poco importaba porque el lugar era tan poco concurrido que difícilmente tu locación afectaría a alguien más.


Pero divago.


Lo que quiero decir es que disfrutaba mucho de ver películas. Siempre me han gustado las historias y la gran pantalla me parecía un canal maravilloso para hacerlo. Pero decidí otras cosas en el camino y terminé convertida en estudiante de literatura y filosofía. Cambié el séptimo arte por los libros y comencé a visitar más frecuentemente librerías y bibliotecas que cines. En algún momento que no recuerdo dejé de renovar mi suscripción al mítico Cine Arte y, en fin, nunca filmé una película -aunque sí escribí libros, cuentos y poemarios.


Decisiones, decisiones, decisiones.



Vidas Pasadas (USA; 2023), la película que les recomiendo hoy, trata de esa pregunta subterránea: ¿la vida es cuestión de destino o consecuencia de una concatenación de pequeñas y grandes elecciones? Traerá a primera línea el concepto coreano de In Yun, que insinúa que toda persona con la que interactuamos en esta vida es alguien con la que, de alguna manera, hemos conectado en una vida pasada. Algo que Brian Weiss, el médico y psiquiatra estadounidense, ha sugerido también después de escuchar miles de relatos de vidas pasadas de sus pacientes bajo hipnosis. Algo que nos trae esa idea de unión: no somos islas, estamos unidos y nuestros vínculos son más que físicos, intelectuales o emocionales. Son álmicos.


Pero volvamos a la película.


Hay un doble relato en esto de las vidas pasadas, porque desde la perspectiva cosmológica coreana, nuestra alma ha tenido otras vidas. Pero también en esta vida es probable que hayamos vivido muchas vidas. En el caso de la protagonista, ella nace en Corea del Sur y, debido al trabajo de su padre (nada menos y nada más que un cineasta, como quise serlo yo hace varias vidas atrás), deja su país natal, migra a los Estados Unidos y allí inaugura una nueva vida: la vida de inmigrante, la de coreana-norteamericana, la escritora que anhela un Pulitzer y que ha desestimado ambicionar al Nobel. Una vida en que dejó atrás a un querido amigo de infancia y con quien retomará contacto doce años después.



¿Cuántas vidas podemos tener en esta vida?, me pregunto mientras veo Vidas Pasadas. Las necesarias para alcanzar tus sueños y cumplir con el propósito de tu alma, me recuerdan al oído. Solo con esto la película ya merece el trasnoche.


Pero hay algo más.


Porque la vida que la protagonista ha elegido y la que el In Yun le ha inspirado, es una vida en la que no es necesario ocultar las lágrimas. Y, al fin, tiene quien la abrace mientras lo hace. Es la conquista de tener con quien llorar.



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